Me levanté bien temprano para ir a
devolver el cuatriciclo en hora. Volví al hotel donde Ro todavía estaba
durmiendo y desayunamos juntos. El resto de la mañana fue todo para preparar
nuestras cosas y repartir el peso de forma justa que en el vuelo que teníamos
que tomar que era de bajo costo, no nos quisieran cobrar exceso. Habíamos arreglado
con la dueña del hotel y debíamos dejar la habitación a las once de la mañana
pero podíamos dejar ahí las valijas. El vuelo hacia Atenas era recién a las
21:15 por lo que teníamos un largo día por delante, sin un lugar en concreto
donde estar y sin vehículo. Por suerte ellos nos llevarían hasta el aeropuerto
cuando fueran a buscar a unos nuevos huéspedes a las siete de la tarde. Hasta
entonces, debíamos matar el tiempo como fuera.
Nos quedamos un rato en el hotel
usando internet hasta que nos aburrimos demasiado y nos fuimos caminando hasta
Fira. Hicimos un último paseo por la ciudad a modo de despedida, almorzamos,
tomamos un helado artesanal que estaba muy rico mientras mirábamos una vez más
la bahía desde lo alto de la isla y finalmente pasamos un largo rato sentados
en un banco a la sombra indecisos de qué podíamos hacer.
Decidimos volver al hotel, aunque
fuera para ver televisión en el lobby. Caminamos bien despacio para demorar lo
máximo posible y al llegar como no encontramos los controles para encenderla,
terminamos de ver una película que habíamos empezado la noche anterior.
Volvimos a salir para comprar algo de comida para la merienda, volvimos y
todavía faltaba un largo rato. ¡QUE EMBOLE! Volvimos a internet y con eso nos
quedamos hasta que por fin el dueño del hotel nos preguntó si estábamos prontos
para irnos. “¡SI!” le dije tal vez con demasiado entusiasmo, cargamos las
valijas y nos fuimos.
Teníamos dos horas más de espera
en el aeropuerto. Hicimos el check-in, despachamos las valijas y nos sentamos a
esperar. Llegamos a Atenas tras un vuelo MUY costo de apenas media hora y
corrimos con las valijas dentro del aeropuerto para no perder el ómnibus que
nos llevaría hasta la zona antigua de la ciudad. Teníamos reserva en un hostal
ubicado muy cerca de la antigua acrópolis donde se encuentra entre otras cosas,
el Partenón. Así podríamos movernos fácilmente caminando en distancias cortas.
El viaje fue como de cuarenta
minutos. Al llegar a la última parada tomamos un taxi y así llegamos a destino.
Si bien teníamos reservada una habitación para cuatro personas con baño
privado, nos dieron una para dos personas sin baño. Igual no nos quejamos
porque al menos estábamos solos, pero la verdad que era bien parecida a una
celda de prisión o tal vez un loquero. Totalmente pintada de blanco, larga y
sin muebles con una cama en cada extremo.
Se terminaron los tiempos de
hoteles cuatro o cinco estrellas con todos los lujos y desayuno buffet.
Volvimos a nuestra realidad, a los hoteles con cuartos compartidos y baños
sucios y olorosos. Nos dimos un baño para refrescarnos y directo a dormir para
redondear un día nada productivo y cansador como pocos. Al día siguiente
tendríamos mucho por recorrer.
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