Comenzamos el día todavía sin
estar muy seguros de lo que íbamos hacer. Lo único que era claro era que
debíamos hacer algo y abandonar el lindo camping donde nos estábamos quedando.
Nuestra duda era si seguir hacia Oslo y visitar en el camino un nuevo fiordo,
otro de los tan famosos lugares noruegos, o continuar viajando hacia el norte
rumbo a la ciudad de Bergen.
Era claro que todo no lo íbamos a
hacer, por un tema de tiempo y dinero. Cuando vimos que el día estaba bastante
aceptable, nublado pero con buena visibilidad y con ratitos de sol, nos
decidimos por el fiordo. Bergen quedará para otra vez, pero priorizamos los buenos
paisajes antes que una linda ciudad y pesó mucho el hecho de que para ir hasta
allá había que tomar tres ferrys distintos. ¡Un embole!
Igualmente para salir del lugar en
que estábamos era necesario un ferry. Tomamos uno cuya duración era de tan solo
quince minutos o tal vez menos hasta la ciudad de Lauvvik. Desde ahí tuvimos
que recorrer hermosas carreteras con unos paisajes espectaculares durante dos
horas. La verdad que fue un placer manejar por semejantes sitios. Además, por
más que fue ir por el camino largo, la otra opción era tomar OTRO ferry cuyo
costo era totalmente disparatado.
Nos detuvimos un par de veces en
el camino para sacar alguna que otra foto y para almorzar un riquísimo arroz
con arvejas, choclo y atún. Llegamos al parking de Kjerag para desde ahí seguir
el recorrido a pie. En total se estima una duración de cinco horas para todo el
trayecto ida y vuelta. Supusimos que eso era un mero promedio que podríamos
mejorar.
Ya de arranque, como para entrar
en calor, nos recibió una subida impresionante todo de piedra prácticamente
lisa y sin lugar de donde agarrarse. ERA UN PELIGRO. Además, no había
protección alguna por lo que si caíamos nos íbamos a romper todo. Al ratito
aparecieron unas cadenas enganchadas con postes de hierro para guiar el camino
y ser usadas como soporte. Era tan exigente que decidimos preguntarle a la
primera persona que nos cruzamos, un hombre que estaba bajando. Nos dijo que él
no había llegado hasta la piedra porque el camino era muy complicado con muchas
subidas muy empinadas. Nos asustamos y pensamos que no íbamos a poder.
Esperábamos más bien algo como lo de Prekistolen pero estábamos frente a algo
bastante más complicado.
Estuvimos a nada de desistir, dar
la vuelta y buscar un nuevo rumbo. Nos sentamos unos minutos para deliberar
sobre qué haríamos. Le dimos una nueva oportunidad al camino y decidimos
continuar un poco más a ver si podíamos. Le preguntamos a otras personas, una
pareja que también volvía y nos dijeron que eran tres colinas grandes pero que
valía la pena.
La primera subida estuvo CRUEL. Tuvimos
que hacer muchísima fuerza de piernas y de brazos para avanzar y no caernos
hacia los costados. El camino tenía partes mojadas y embarradas que complicaban
todavía más. Al llegar a la primera cima ya el paisaje era espectacular. Se
veía gran parte del valle, rodeado de montañas y nubes. La visión era muy buena
a pesar de que el día estaba nublado.
La segunda colina no fue tan brava
como la primera y eso nos hizo pensar que tal vez ya había pasado lo peor.
Estábamos MUY equivocados. Una pareja de japoneses caminaba a la par nuestro.
Cansados como nosotros le preguntaron a unos hombres cuánto faltaba porque ya
no podían más a lo que éstos contestaron que poco más de una hora y que
quedaban dos subidas, una sencilla y una muy complicada. Después de eso había
un llano importante para caminar los últimos treinta minutos. ¡Auch! Si lo de
ayer había sido exigente, esto no se qué era.
El repecho “sencillo” no fue tal y
el complicado estuvo mortal. Esto es sin lugar a dudas lo más exigente
físicamente hablando que hemos realizado no solo en el viaje sino que en
nuestras vidas. Lo subimos como pudimos porque ya estábamos a dos tercios del
camino y porque era todo un desafío personal. Llegamos al terreno llano por el
que caminamos cerca de cuarenta y cinco minutos más con MUCHO frío a más de mil
metros de altura hasta llegar a Kjeragfjord, la piedra colgante. Ese es su
nombre, no es que le di un piñazo al teclado, je.
La piedra Kjerag está
increíblemente colocada en lo alto de un gran precipicio, apretada entre dos
colinas enormes. Es asombroso que semejante cosa sea producto de la naturaleza.
Esperamos nuestro turno para sacarnos la tan ansiada foto, parados sobre ella.
Sin lugar a dudas es la foto más sacrificada que hemos conseguido en estos
cuatro meses y algo de viaje. Costó mucho obtenerla, pero lo logramos. Ahí
estábamos, parados sobre un acantilado de mil metros de altura maravilloso.
La vuelta se hizo bastante más
fácil y rápida. Igual requirió mucho esfuerzo porque las piernas estaban
cansadas y no respondían de la misma manera. Sobre todo en la parte del final
en la que teníamos que agarrarnos con fuerza de lo que hubiera por si
llegábamos a resbalar.
Agotados, extenuados, transpirados
y con frío, llegamos por fin al auto. Desde ahí directo a buscar un camping
donde quedarnos esa noche. Hay uno a pocos kilómetros en donde terminamos
alojándonos para continuar hacia Oslo al día siguiente. Con esto nos despedimos
de los fiordos, de las caminatas por las rocas y los precipicios y de las
vistas de acantilados espectaculares. Lo disfrutamos porque son lugares
majestuosos, pero tenemos mucho todavía por ver y conocer en el viejo
continente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario