Madrugamos una vez más en este
viaje para partir bien temprano hacia Bélgica. Teníamos un viaje de varias
horas, además de que era el primero y eso generaba un poco de nervios. Sobre
todo a mí que soy el conductor.
Dejamos el muy lindo hotel de
Paris para ir hasta una conocida tienda europea llamada “Decathlon” en donde
venden artículos diversos, entre ellos para camping. Nos equipamos con todo lo
que precisábamos, una carpa, sacos de dormir, almohaditas, ollas, cubiertos y
platos, un colchón inflable, garrafas de gas y un calentador compatible con
éstas.
El camino que separa Paris de
Bruselas es de trescientos y algo de kilómetros, algo que normalmente se haría
en tres horas o menos. El problema es el tráfico que hay en el medio. Gracias a
que el auto tiene GPS integrado, nos calcula la ruta más rápida hasta nuestro
destino y verifica cada tanto para que en caso de embotellamiento o demoras,
sugerir una ruta alternativa que ahorre minutos.
La salida de Paris no fue
problema, ya había manejado por ahí el día anterior. La autopista es muy
grande, con tres o más carriles y montones de autos cuyas velocidades NUNCA son
menores a los cien kilómetros por hora. Lo bueno es que en el camino hay muchos
puntos “P” o “Parking” en desvíos de la ruta, para que quien esté cansado pueda
frenar un poco, estacionarse, algunos tienen supermercado, baños y ahí muchos
camioneros que hacen trayectos muy largos pasan la noche.
No estuvimos ni cerca de completar
el trayecto en el tiempo inicialmente pronosticado. Hubo varios atrasos en el
camino que implicaron hacer un desvío por algunos pueblos pequeños muy bonitos
y tranquilos. Dentro de todo era algo bueno porque cambiaba la monotonía de la
ruta y las carreteras rectas.
Finalmente llegamos a Bélgica,
cruzando la frontera en donde tan solo hay un cartel, ni controles ni aduanas
ni nada. Es como cruzar de una ciudad a otra. Con los atrasos y las paradas, ya
era bastante tarde como para recorrer algo de la ciudad. Además, yo estaba
bastante cansado de manejar. Preferimos dejar la recorrida para el día
siguiente, pero antes teníamos que cumplir con una misión muy especial. Antes
de partir de Uruguay, sabiendo que íbamos a ir a Bélgica, nos propusimos buscar
la casa donde vivió mi abuela en su infancia. Habíamos conseguido la dirección,
sólo restaba buscarla e ir hasta ahí.
Llegamos sin problemas a una calle
muy tranquila en un barrio muy pintoresco que seguramente ha cambiado
notoriamente desde que ella se fue. Una a una fuimos verificando los números de
las casas hasta llegar a la correspondiente. Ahí estaba, en perfectas
condiciones, una típica casa belga. Lamentablemente ella ya no vive como para
poder mostrársela, pero nosotros sabemos que ese lugarcito del mundo fue suyo y
tuvo un gran significado para ella. También estoy segura que le hubiese
emocionado muchísimo volver a verlo y que yo haya estado ahí por ella. ¡Misión cumplida!
Habíamos investigado un poco sobre
las opciones de camping para alojarnos. Encontramos uno cercano a la ciudad,
pero cuando llegamos a la recepción nos dijeron que estaba todo lleno y no
quedaba lugar. ¡Shit! Por suerte nos recomendó otro lugar en donde si había
disponibilidad, pero estaba a quince kilómetros más. Yo ya no quería seguir
manejando pero no tenía alternativa; era la opción más cercana.
Al llegar a este otro lugar nos
queríamos morir al ver que la recepción estaba cerrada. Frustrados y amargados
de que todo nos salía mal, estábamos listos para dar la vuelta y salir a buscar
algún lugar cualquiera para dormir. Por suerte antes irnos decidí hacer un
último intento y preguntarle a una mujer que salió de una puerta si ella era
del camping. No hablaba mucho inglés pero suficiente como para entenderme e
indicarme a un hombre de remera roja “he is the boss”. Hablé con el encargo y
le expliqué nuestra situación. Inmediatamente me dijo que no había ningún
problema y que podíamos quedarnos. Abrió la recepción para atendernos e
indicarnos nuestro lugar. ¡Bien!
Nos instalamos en un pequeño
espacio de terreno, armamos por primera vez nuestra nueva carpita al costado
del auto. También estrenamos la garrafita en la que cocinamos unos ricos
ravioles con salsa que venden enlatados, listos para calentarlos y comerlos.
Luego de eso aprovechamos las instalaciones para bañarnos antes de ir a dormir,
agotados, pero satisfechos. Habíamos llegado a destino. Al día siguiente recién
iríamos a recorrer Bruselas, ciudad por la que solamente habíamos pasado con el
auto pero que no nos queríamos perder.
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