Volvimos a despertarnos envueltos
en un día gris y espantoso, nada había cambiado. El pasto estaba ensopado lo
que nos dejó más que conformes de no haber instalado la carpa. Tras un desayuno
y un baño refrescante y despertador, comenzamos a viajar hacia Stavanger.
Antes de salir de la ciudad,
buscamos un centro de información turística para evacuar algunas dudas. Nos
atendió un hombre muy colaborador que nos dio varios mapas y folletos y nos
explicó un poco más sobre el extraño sistema de peajes. Resulta que hay muchos
peajes a lo largo de todas las carreteras, pero no hay cabinas con gente
cobrando por lo que uno podría ni enterarse de ellos. Nos dijo que la forma más
conveniente es hacerse un usuario por internet con la información de la tarjeta
de crédito y luego al pasar por el peaje, hay una máquina que saca una foto de
cada vehículo. Ellos confirman la matrícula con la de nuestra cuenta y debitan
el dinero correspondiente. ¿Qué pasa si no te registras? No se sabe bien. En
algunos hay que pagar en forma manual, otros después te notifican…un desastre.
Decir que justo nos dio por preguntar al respecto, si no…jamás nos hubiéramos
enterado.
Si bien la distancia hasta
Stavanger es de doscientos kilómetros aproximadamente, el recorrido nos llevó
unas tres horas o más. Esto no fue solamente porque llovía intensamente y
tomaramos precauciones, sino que porque la carretera de Noruega tiene
muchísimas curvas, los caminos son de una sola vía y no se puede adelantar
otros vehículos en cualquier lado, y sobre todas las cosas, el máximo de
velocidad permitido es de 80 kilómetros por hora. Bastante menos cuando se
circula dentro o en los alrededores de una ciudad.
Igualmente los paisajes eran muy
bonitos, aún cuando la visibilidad fuera casi nula. Con subidas y bajadas pasamos
al costado de varios lagos con el agua clara como un espejo en donde se
reflejaban las casas; algo hermoso. Hay montones de túneles en la carretera que
atraviesan las montañas que acompañan el camino. Todo muy pintoresco, y
seguramente mucho más cuando está soleado.
Al llegar a Stavanger, nos
adentramos hasta el centro mismo de la ciudad. Por casualidad encontramos un
Parking al que decidimos entrar para dejar el auto y movernos caminando. Le
pregunté a una señora como era el sistema porque las instrucciones estaban
solamente en noruego, idioma que no dominamos del todo…aún, je. Luego
recorrimos la zona más céntrica, vimos la Iglesia en donde justo estaba
comenzando un casamiento y para hacerlo más romántico, en frente había un
escenario enorme con una banda de rock. Buena mezcla.
Hicimos un pequeño tour por el
puerto y los alrededores para terminar en un nuevo centro de información
turística. Así nos enteramos que para ir a Prekistolen, nuestro siguiente punto
del itinerario, hay que tomar sí o sí un ferry. Para ir hasta otro de los
fiordos que nos interesan hay que tomar otro ferry más y para la ciudad que
pensamos ir hay que tomar tres. ¡Puro ferry! Que por si fuera poco, no son nada
baratos, al igual que todo acá en Noruega. El combustible es caro, la comida es
cara, el alojamiento es caro…
Había dos caminos posibles para
llegar hasta la zona de Prekistolen. El camino más fácil era directamente desde
la ciudad, pero obviamente era más costoso. La alternativa era volver unos
cuantos kilómetros por la ruta y luego hacer un desvió para tomar otro ferry
más barato y de viaje más corto y luego completar el recorrido en el auto.
Tomamos la opción más fácil pero casi sin querer y por falta de cooperación del
GPS que no nos ayudaba a encontrar la otra ruta.
Tras menos de una hora de viaje en
barco, manejamos hasta el camping Prekistolen que no solo estaba cerca del
lugar donde queríamos ir, sino que además nos dijeron que era el más barato.
Nos atendieron muy bien y nos instalamos una vez más, en el auto. Seguía
lloviendo y estaba espantoso, pero nos habían dicho que al día siguiente se iba
a despejar. Justo, tal como necesitábamos. Nuestros planes dependían del clima,
así que solo nos quedaba esperar.
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