Volvimos a pasar frío por la noche
pero no tanto como el día anterior. Nos despertamos más tarde de lo que
hubiéramos querido para encontrarnos con un día hermoso, soleado y bastante más
caluroso que los anteriores. Desayunamos y comenzamos el largo camino hasta el
campo que involucraba tomar dos ómnibus y dos líneas de metro, totalizando más
de dos horas de viaje de ida.
Llegamos al sitio que hoy en día
es un lugar conmemorativo y un museo en donde contratamos la audio guía en
español que nos iría explicando todo lo visto. Sachsenhausen fue uno de los
campos de concentración más importantes durante la guerra pero fue casi
totalmente destruido cuando los alemanes perdieron dominio sobre el mismo. Por
esto, solo se pueden ver algunas cosas en su estado original y los lugares
donde estuvieron ubicadas otras de ellas. El relato ayuda a que uno pueda
imaginar, o al menos intentar, las barbaridades que ocurrieron en ese mismo
sitio hace no tantos años.
El diseño mismo del lugar fue
diagramado por un arquitecto que buscaba un orden absoluto que permitiera
controlar a los prisioneros en todo momento y con la máxima seguridad. Tiene
una forma de triángulo que luego debió ser ampliada cuando el lugar ya no era
suficiente para la cantidad de personas que detenían.
Comenzamos el recorrido por la
calle de entrada al recinto, por la que eran llevados u obligados a caminar a
los nuevos prisioneros. Sin razones o fundamentos, para todo eran fuertemente
golpeados. Al llegar, cruzaban la puerta hacia un gran patio en donde debían
mantenerse formados durante horas esperando a ser interrogados. Luego los
rapaban y afeitaban todo el cuerpo, los hacían meterse en una bañera de agua
(la misma para todos) y secarse con unas sábanas que había colgadas (las mismas
también para todos). Esto lo escuchamos contado en un relato de un sobreviviente.
En todo momento, cuando les preguntaban algo si los nazis consideraban que no
estaban respondiendo con la suficiente sumisión o que había un mínimo tono de
orgullo en su voz, los golpeaban duramente.
Para ingresar al campo había que
cruzar la denominada “Torre A” hacia un patio en forma semicircular en donde
formaban TODOS, enfermos y quienes hubieran fallecido durante la noche, dos
veces al día. Había montones de barracas en donde los prisioneros vivían en
condiciones calamitosas que estaban preparadas para ciento sesenta personas
cada una y todas contenían a más del doble de reclusos. Les daban cuarenta y
cinco minutos por la mañana para levantarse, ordenar el cuarto según las
estrictas normas impuestas, desayunar, asearse y presentarse en el patio para la
formación. Si faltaba alguien, todos debían permanecer inmóviles formados hasta
encontrarlo, a veces durante toda la noche. Por la mañana debía hacer el saludo
sajón, poniéndose en cuclillas con las manos en la nuca. Muchas veces cuando
llovía, los hacían revolcarse en el barro como cerdos y los golpeaban e
insultaban. Si hacían algo los golpeaban, pero también a veces lo hacían porque
sí, sin razones o fundamentos, a uno o varios de los prisioneros.
Las duchas consistían en unas
pequeñas fuentes en donde debían bañarse rápidamente para que diera el tiempo
para todos. Ahí mismo se encontraban los urinales y retretes en donde en varias
ocasiones los soldados de la SS ahogaron o golpearon hasta la muerte a diversos
prisioneros. Se consideraban impunes, ajenos a todo tipo de moral o deber y los
prisioneros eran la pero escoria, basura humana que no merecía ni la menor
demostración de caridad. Escuchamos varios relatos sobre estas situaciones que
eran desgarradoras. Una persona que permaneció encerrada desnuda en un cuarto
oscuro, y una comida sólida cada cuatro días contaba en su relato que cuando la
gente le preguntaba si realmente era así de horroroso todo, él contestaba “No,
era diez mil veces peor”.
La alimentación consistía en un
café aguachento por la mañana, sopa de papas (muchas veces podridas) aguachenta
al mediodía y doscientos gramos de pan por persona. Mal alimentados y
torturados a diario, los prisioneros eran obligados a realizar trabajos duros
en condiciones lamentables; entre ellos, fabricar ladrillos para la
construcción de la Germania, la nueva capital del imperio nazi. Los judíos y
los homosexuales eran prisioneros catalogados como peligrosos por lo que
sufrían las peores condiciones. También había prisioneros políticos y de guerra
que muchas veces fusilaban sin más en patotas y luego los incineraban o tiraban
a la fosa común.
Muchos morían cada día, fuera por
el agotamiento, las torturas, los esfuerzos exagerados, la desnutrición o
enfermedades contraídas. Cuando ya no tenían fuerzas para ser útiles
trabajando, los metían en las “barracas de pie” en donde permanecían durante
todo el día parados unos junto a otros sin poder moverse. No podían ni siquiera
ir al baño, sino que un par de veces al día les pasaban un balde uno a uno en
donde debían hacer sus necesidades.
Caminamos por todo el lugar
escuchando anécdotas inconcebibles sobre lugares donde hace algunas décadas
montones de personas perdieron la vida o fueron torturadas; donde probablemente
hayan sido derramados montones de litros de sangre sin piedad ni remordimiento.
Era tanto el sufrimiento que muchos buscaban suicidarse al menos intentando
correr hacia los muros cubiertos con alambres de púa y altamente vigilados para
que les dispararan y terminar así con semejante agonía. Si bien no pudimos ver
mucho, escuchamos cosas horrorosas y sé que aunque haga el mejor de los
esfuerzos por imaginar lo sucedido, nunca voy a estar ni cerca de comprender
realmente lo que millones de personas tuvieron que soportar. Un disparate, una
grosería que debería ser vergüenza para la humanidad, algo irrepetible,
inconcebible por donde se lo mire. De todos modos, es historia real,
sufrimiento que ocurrió y cambió la vida de muchísimas personas. Esperemos que
hacerlo público sirva para tomar conciencia de lo que el ser humano es capaz de
hacer por poder.
Tras cuatro horas de recorrido,
abandonamos el lugar muy cansados. Volvimos al centro de la ciudad para un
almuerzo merienda a las cinco de la tarde y terminar de ver algunos lugares que
nos habían quedado pendientes. Con una nueva combinación de metro llegamos
hasta la “alexanderplatz” o plaza de Alejandro, lugar muy hermoso en donde se
encuentra el edificio más alto de Berlín con 368 metros. No subimos porque aquí
nos dijeron que para todo hay que hacer un par de horas de cola y nosotros no
teníamos ni tiempo ni fuerzas. Caminamos por la plaza hasta el barrio de San
Nicolás junto con su Iglesia.
Desde allí tomamos por última vez
el metro y luego el bus hasta el camping. Con esto nos despedimos de esta
ciudad que está manchada por su pasado pero que intenta reconstruirse, crecer y
seguir adelante. Nosotros también debemos seguir con nuestro viaje; al día
siguiente volveríamos a las carreteras hasta llegar a un nuevo destino en un
nuevo país.
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