jueves, 30 de agosto de 2012

Día 140 – Campo de concentración Sachsenhausen


Volvimos a pasar frío por la noche pero no tanto como el día anterior. Nos despertamos más tarde de lo que hubiéramos querido para encontrarnos con un día hermoso, soleado y bastante más caluroso que los anteriores. Desayunamos y comenzamos el largo camino hasta el campo que involucraba tomar dos ómnibus y dos líneas de metro, totalizando más de dos horas de viaje de ida.

Llegamos al sitio que hoy en día es un lugar conmemorativo y un museo en donde contratamos la audio guía en español que nos iría explicando todo lo visto. Sachsenhausen fue uno de los campos de concentración más importantes durante la guerra pero fue casi totalmente destruido cuando los alemanes perdieron dominio sobre el mismo. Por esto, solo se pueden ver algunas cosas en su estado original y los lugares donde estuvieron ubicadas otras de ellas. El relato ayuda a que uno pueda imaginar, o al menos intentar, las barbaridades que ocurrieron en ese mismo sitio hace no tantos años.

El diseño mismo del lugar fue diagramado por un arquitecto que buscaba un orden absoluto que permitiera controlar a los prisioneros en todo momento y con la máxima seguridad. Tiene una forma de triángulo que luego debió ser ampliada cuando el lugar ya no era suficiente para la cantidad de personas que detenían.

Comenzamos el recorrido por la calle de entrada al recinto, por la que eran llevados u obligados a caminar a los nuevos prisioneros. Sin razones o fundamentos, para todo eran fuertemente golpeados. Al llegar, cruzaban la puerta hacia un gran patio en donde debían mantenerse formados durante horas esperando a ser interrogados. Luego los rapaban y afeitaban todo el cuerpo, los hacían meterse en una bañera de agua (la misma para todos) y secarse con unas sábanas que había colgadas (las mismas también para todos). Esto lo escuchamos contado en un relato de un sobreviviente. En todo momento, cuando les preguntaban algo si los nazis consideraban que no estaban respondiendo con la suficiente sumisión o que había un mínimo tono de orgullo en su voz, los golpeaban duramente.

Para ingresar al campo había que cruzar la denominada “Torre A” hacia un patio en forma semicircular en donde formaban TODOS, enfermos y quienes hubieran fallecido durante la noche, dos veces al día. Había montones de barracas en donde los prisioneros vivían en condiciones calamitosas que estaban preparadas para ciento sesenta personas cada una y todas contenían a más del doble de reclusos. Les daban cuarenta y cinco minutos por la mañana para levantarse, ordenar el cuarto según las estrictas normas impuestas, desayunar, asearse y presentarse en el patio para la formación. Si faltaba alguien, todos debían permanecer inmóviles formados hasta encontrarlo, a veces durante toda la noche. Por la mañana debía hacer el saludo sajón, poniéndose en cuclillas con las manos en la nuca. Muchas veces cuando llovía, los hacían revolcarse en el barro como cerdos y los golpeaban e insultaban. Si hacían algo los golpeaban, pero también a veces lo hacían porque sí, sin razones o fundamentos, a uno o varios de los prisioneros.

Las duchas consistían en unas pequeñas fuentes en donde debían bañarse rápidamente para que diera el tiempo para todos. Ahí mismo se encontraban los urinales y retretes en donde en varias ocasiones los soldados de la SS ahogaron o golpearon hasta la muerte a diversos prisioneros. Se consideraban impunes, ajenos a todo tipo de moral o deber y los prisioneros eran la pero escoria, basura humana que no merecía ni la menor demostración de caridad. Escuchamos varios relatos sobre estas situaciones que eran desgarradoras. Una persona que permaneció encerrada desnuda en un cuarto oscuro, y una comida sólida cada cuatro días contaba en su relato que cuando la gente le preguntaba si realmente era así de horroroso todo, él contestaba “No, era diez mil veces peor”.

La alimentación consistía en un café aguachento por la mañana, sopa de papas (muchas veces podridas) aguachenta al mediodía y doscientos gramos de pan por persona. Mal alimentados y torturados a diario, los prisioneros eran obligados a realizar trabajos duros en condiciones lamentables; entre ellos, fabricar ladrillos para la construcción de la Germania, la nueva capital del imperio nazi. Los judíos y los homosexuales eran prisioneros catalogados como peligrosos por lo que sufrían las peores condiciones. También había prisioneros políticos y de guerra que muchas veces fusilaban sin más en patotas y luego los incineraban o tiraban a la fosa común.

Muchos morían cada día, fuera por el agotamiento, las torturas, los esfuerzos exagerados, la desnutrición o enfermedades contraídas. Cuando ya no tenían fuerzas para ser útiles trabajando, los metían en las “barracas de pie” en donde permanecían durante todo el día parados unos junto a otros sin poder moverse. No podían ni siquiera ir al baño, sino que un par de veces al día les pasaban un balde uno a uno en donde debían hacer sus necesidades.

Caminamos por todo el lugar escuchando anécdotas inconcebibles sobre lugares donde hace algunas décadas montones de personas perdieron la vida o fueron torturadas; donde probablemente hayan sido derramados montones de litros de sangre sin piedad ni remordimiento. Era tanto el sufrimiento que muchos buscaban suicidarse al menos intentando correr hacia los muros cubiertos con alambres de púa y altamente vigilados para que les dispararan y terminar así con semejante agonía. Si bien no pudimos ver mucho, escuchamos cosas horrorosas y sé que aunque haga el mejor de los esfuerzos por imaginar lo sucedido, nunca voy a estar ni cerca de comprender realmente lo que millones de personas tuvieron que soportar. Un disparate, una grosería que debería ser vergüenza para la humanidad, algo irrepetible, inconcebible por donde se lo mire. De todos modos, es historia real, sufrimiento que ocurrió y cambió la vida de muchísimas personas. Esperemos que hacerlo público sirva para tomar conciencia de lo que el ser humano es capaz de hacer por poder.

Tras cuatro horas de recorrido, abandonamos el lugar muy cansados. Volvimos al centro de la ciudad para un almuerzo merienda a las cinco de la tarde y terminar de ver algunos lugares que nos habían quedado pendientes. Con una nueva combinación de metro llegamos hasta la “alexanderplatz” o plaza de Alejandro, lugar muy hermoso en donde se encuentra el edificio más alto de Berlín con 368 metros. No subimos porque aquí nos dijeron que para todo hay que hacer un par de horas de cola y nosotros no teníamos ni tiempo ni fuerzas. Caminamos por la plaza hasta el barrio de San Nicolás junto con su Iglesia.

Desde allí tomamos por última vez el metro y luego el bus hasta el camping. Con esto nos despedimos de esta ciudad que está manchada por su pasado pero que intenta reconstruirse, crecer y seguir adelante. Nosotros también debemos seguir con nuestro viaje; al día siguiente volveríamos a las carreteras hasta llegar a un nuevo destino en un nuevo país.

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