Sin apuro dejamos el camping y
comenzamos nuestro viaje hasta Oslo que iba a ser muy largo; no por la
distancia, ya que apenas nos separaban unos trescientos y algo de kilómetros,
sino que por el tipo de ruta que une ambos puntos el viaje llevaría unas seis
horas y media.
Atravesamos el país de oeste a
este, a través de las montañas, con grandes repechos y bajadas en zigzag,
hermosos lagos que eran como espejos naturales, colinas verdes cubiertas con rocas
y por si fuera poco, muchísimas ovejas sueltas por todo el camino, adornando el
paisaje con un tono muy particular. Simpáticas ellas, se acercaban hasta los
autos como para saludar. Además, tenían un cencerro en el cuello para alertar
su cercanía que las hacía muy graciosas. Realmente fue un placer el camino.
Hicimos una parada para almorzar
en un parking en el que cocinamos un rico arroz con atún. Llegamos por la
tardecita a un camping próximo a la ciudad de Oslo para dejar el auto,
instalarnos y al día siguiente desde allí ir a conocer lo que ésta tenía para
ofrecernos. Estába bastante cansado y preferimos descansar el resto de ese día.
Cómodos en el camping, armamos la carpa y cenamos antes de acostarnos para ver
una película y luego dormir.
Al día siguiente, para no faltar a
la costumbre, nos despertamos con un día espantoso, pero al menos no llovía.
Tras el desayuno averiguamos la forma más fácil y conveniente de ir hasta la
ciudad y para variar, era CARÍSIMO. Como buenos atletas que somos, decidimos ir
caminando ya que sólo nos separaban unos cinco kilómetros.
Comenzamos el recorrido por la
zona del puerto en donde se encuentra el Opera House. Es un edificio moderno
con la particularidad de que el techo tiene varias pendientes que se comunican
entre sí y las de los costados de la fachada llegan hasta el suelo de modo que
uno puede subir y ver la zona desde lo alto. Así lo hicimos para tener un
primer pantallazo.
A continuación pasamos por la
Estación Central y caminamos a lo largo de la peatonal, ciudad donde se
concentraban la mayoría de comercios importantes. Con el mapa en la mano y
siguiendo las sugerencias que habíamos encontrado en internet sobre qué ver,
visitamos plazas, parques y edificios principales. Poco después se largó a
llover con fuerza y tuvimos que hacer una parada para refugiarnos en el único
lugar donde podríamos sentarnos y al menos comer algo rico mientras usábamos el
internet gratuito: McDonald’s.
Perdimos así un largo rato hasta
que la lluvia amainó y pudimos volver a la calle. Pasamos por el lugar de la
fortaleza y cerquita del edificio donde se entregan los premios Nobel o algo
relacionado a ellos, no estoy seguro. La ciudad no es muy grande y el resto de
la cosas “interesantes” para hacer o al menos las principales atracciones
turísticas son pagas y cuestan mucho dinero. Como eso no era una opción, estaba
amagando con volver a llover y ya estaba muy frío, preferimos volver al
camping.
Estábamos bastante cansados como
para caminar todo el trayecto otra vez, así que decidimos tomar el ómnibus por
más robo que fuera. De todos modos, y para nuestra fortuna, como no pudimos
sacar el ticket en la máquina de la estación porque estaba solo en noruego y el
bus ya estaba por irse, nos subimos para sacar el boleto arriba. Cuando le
pregunté al conductor si el boleto se sacaba ahí, me respondió “just get in”, invitándonos
a un viaje gratuito hasta nuestro destino. O al menos así lo entendimos. No
sabíamos bien qué hacer, pero al final nos quedamos calladitos, esperando que
no subiera ningún inspector y que llegáramos rápido a la parada para bajarnos
cuanto antes. Pensaran que somos unos pichis, pero en verdad nos ahorramos
mucha plata.
Cenamos, nos bañamos y al sobre,
literalmente hablando ya que dormimos en sobres de dormir. Con esto despedimos
Noruega, un destino encantador y muy recomendable. Nos quedamos sin ver
muchísimos fiordos más, los paisajes que en invierno y con nieve deben ser
mucho más impresionantes aún, y un fenómeno natural tan particular como la
aurora boreal que se puede ver más al norte pero con muchísima suerte y tiempo
libre.
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