Tras un nuevo desayuno de oferta grosera, partimos
tempranito hacia la gran muralla china, haciendo primero una corta parada en la
ciudad olímpica, donde pudimos ver desde lejos el famoso estadio del nido de
pájaro y el cubo de agua donde se alojaron las competencias de natación. La
ciudad olímpica fue construida en forma íntegra para las olimpíadas de Beijing,
las cuales fueron de las más caras de la historia.
La muralla china tuvo su origen hace unos 2.200 años cuando
uno de los pueblos existentes en lo que es hoy el territorio de China,
conquistó a todos los otros y decidió unir las murallas de todos en una gran
muralla con motivo de defensa.
Su construcción de por sí fue toda una hazaña, dado que no
había herramientas o materiales tan sofisticados como los de hoy en día. El
trabajo que requería era tan exigente que se dice que de cada cinco hombres que
trabajaron en ella, uno moría. Tenía originalmente una extensión cercana a los
8.000 kilómetros, pero hoy en día no está completa. Los chinos la ven como un
honor y un símbolo de su pasado, su rica historia y de lo que fueron capaces de
hacer.
Para hacer nuestra visita, nos trasladamos hasta la ciudad
de Bataling, a unos 80 kms de Beijing. Ahí se encuentra el punto más alto de la
muralla, lo que permite tener una vista panorámica de la construcción. Fue
espectacular ver de cerca, estar y caminar por una de las antiguas maravillas
del mundo. Lo que representa esta construcción monumental, patrimonio de la
humanidad, hace que cueste tomar consciencia de donde estábamos parados.
Repleto de personas, como en toda China, ascendimos unos
cuatro pilares hasta un punto alto a lo cima de una colina. La muralla tiene
atalayas cada pocos metros desde donde vigilaban los alrededores, se refugiaban
los guardias y emitían las señales en cadena de una a otra para avisar si eran
atacados.
Las paredes son algo así como ladrillos de piedra, y el
suelo como baldosas del mismo material. Por momentos hay pendientes MUY
empinadas y no siempre con escalones. Un poco por la neblina y otro poco por el
smog que hay en China, no tuvimos la mejor visibilidad posible. Subiendo y
bajando los cerros y con un recorrido muy curvilíneo, pudimos verla aparecer
por un horizonte y desaparecer por el otro. Un verdadero PLACER poder llevarnos
esta anécdota.
Almorzamos algo rapidito y sencillo por ahí, y por la tarde
nos llevaron al famoso mercado de la seda. Este lugar es como un shopping para
turistas al estilo feria con montones de puestos, distribuidos por secciones en
varios pisos. Carteras, valijas, billeteras, bolsos, ropa, championes, zapatos,
camperas, adornos, cuadros, baratijas y mucho mucho más. Sabíamos que era la
oportunidad de hacer compra fuerte, pero para que fuera rendidora hay que
ponerse la campera camuflada, armar el rifle y salir a la guerra. REGATEO a más
no poder. Ellos saben que somos turistas y actúan, lloran, gritan, pegan,
protestan e insultan con tal de hacer su negocio. ¡Qué casualidad! Nosotros
queremos hacer el nuestro, así que en esta oposición de intereses que presenta
el mercado, que gane el mejor.
Acá no hay reglas y no hay precios establecidos. Todo surge
en forma espontáneo. El procedimiento igualmente es siempre el mismo. Uno
recorre los pasillos mientras que te gritan “guapo”, “amigo”, “chico” o
cualquier cosa necesaria para atraerte a su comercio. Una vez que se encuentra
algo interesante, se procede a preguntar “¿how much? (¿cuánto?)”, y ellos traen
una calculadora grande y tipean ahí un precio exageradísimo. Acto seguido y con
cara de dolor uno dice un “nooo, ¡that´s too much! (eso es mucho)” y ellos te
dan la calculadora y te preguntan cuánto es lo que vos queres pagar. Ahí
arranca el tira y afloje y probablemente ellos te digan “you are crazy (estás
loco)” o “sos muy tacaño”. Justifican su precio diciendo que es un producto de
excelente calidad y algún otro verso, pero empiezan a bajar. Te piden que subas
tú oferta preguntando “¿cuánto pagas finalísimo?” en referencia a tu oferta
final. Nos agarraron de las manos para evitar que nos fuéramos. Algunos incluso
te van a buscar si ven que te vas. Al hacer la venta ponen cara de enojados o
tristes porque según ellos somos “muy malos”. Realmente todo un arte.
Los productos son de imitación, pero muy buenos. Los precios
son baratos, tampoco regalados, pero depende de la habilidad que tenga cada uno
al negociar y de la cantidad que se esté comprando. Tras cuatro horas y algo
ahí adentro, puedo afirmar que gasté más dinero del que tenía pensado y compré
cosas que seguro que no necesitaba, je. Increíblemente, Ro fue la más
controlada.
Tras esta experiencia diferente pero divertida, nos llevaron
a un restaurant a probar un plato típico de China…el pato laqueado. Se llama
así porque antes de ponerlo al horno lo pintan con una salsa que lo deja
brillante y parece que estuviera pintado con laca. Además de eso, nos sirvieron
una cantidad de platos típicos del lugar. UN ASCO TODO, menos el pato laqueado
que estaba bueno. La comida es babosa y de feo gusto. Probé como para darle una
oportunidad, pero no lo repetiría. Al menos usé los palitos chinos; no con la
rapidez que lo hacen ellos, pero yo lo consideré igualmente un éxito.
De ahí al hotel, armar la valija y dormir unas escasas
cuatro horas (con suerte) para partir al día siguiente rumbo a nuestro
siguiente destino en China, Xi-An.
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