miércoles, 16 de mayo de 2012

Día 29 – La gran muralla china


Tras un nuevo desayuno de oferta grosera, partimos tempranito hacia la gran muralla china, haciendo primero una corta parada en la ciudad olímpica, donde pudimos ver desde lejos el famoso estadio del nido de pájaro y el cubo de agua donde se alojaron las competencias de natación. La ciudad olímpica fue construida en forma íntegra para las olimpíadas de Beijing, las cuales fueron de las más caras de la historia.
La muralla china tuvo su origen hace unos 2.200 años cuando uno de los pueblos existentes en lo que es hoy el territorio de China, conquistó a todos los otros y decidió unir las murallas de todos en una gran muralla con motivo de defensa.

Su construcción de por sí fue toda una hazaña, dado que no había herramientas o materiales tan sofisticados como los de hoy en día. El trabajo que requería era tan exigente que se dice que de cada cinco hombres que trabajaron en ella, uno moría. Tenía originalmente una extensión cercana a los 8.000 kilómetros, pero hoy en día no está completa. Los chinos la ven como un honor y un símbolo de su pasado, su rica historia y de lo que fueron capaces de hacer.

Para hacer nuestra visita, nos trasladamos hasta la ciudad de Bataling, a unos 80 kms de Beijing. Ahí se encuentra el punto más alto de la muralla, lo que permite tener una vista panorámica de la construcción. Fue espectacular ver de cerca, estar y caminar por una de las antiguas maravillas del mundo. Lo que representa esta construcción monumental, patrimonio de la humanidad, hace que cueste tomar consciencia de donde estábamos parados.



Repleto de personas, como en toda China, ascendimos unos cuatro pilares hasta un punto alto a lo cima de una colina. La muralla tiene atalayas cada pocos metros desde donde vigilaban los alrededores, se refugiaban los guardias y emitían las señales en cadena de una a otra para avisar si eran atacados.

Las paredes son algo así como ladrillos de piedra, y el suelo como baldosas del mismo material. Por momentos hay pendientes MUY empinadas y no siempre con escalones. Un poco por la neblina y otro poco por el smog que hay en China, no tuvimos la mejor visibilidad posible. Subiendo y bajando los cerros y con un recorrido muy curvilíneo, pudimos verla aparecer por un horizonte y desaparecer por el otro. Un verdadero PLACER poder llevarnos esta anécdota.

Almorzamos algo rapidito y sencillo por ahí, y por la tarde nos llevaron al famoso mercado de la seda. Este lugar es como un shopping para turistas al estilo feria con montones de puestos, distribuidos por secciones en varios pisos. Carteras, valijas, billeteras, bolsos, ropa, championes, zapatos, camperas, adornos, cuadros, baratijas y mucho mucho más. Sabíamos que era la oportunidad de hacer compra fuerte, pero para que fuera rendidora hay que ponerse la campera camuflada, armar el rifle y salir a la guerra. REGATEO a más no poder. Ellos saben que somos turistas y actúan, lloran, gritan, pegan, protestan e insultan con tal de hacer su negocio. ¡Qué casualidad! Nosotros queremos hacer el nuestro, así que en esta oposición de intereses que presenta el mercado, que gane el mejor.

Acá no hay reglas y no hay precios establecidos. Todo surge en forma espontáneo. El procedimiento igualmente es siempre el mismo. Uno recorre los pasillos mientras que te gritan “guapo”, “amigo”, “chico” o cualquier cosa necesaria para atraerte a su comercio. Una vez que se encuentra algo interesante, se procede a preguntar “¿how much? (¿cuánto?)”, y ellos traen una calculadora grande y tipean ahí un precio exageradísimo. Acto seguido y con cara de dolor uno dice un “nooo, ¡that´s too much! (eso es mucho)” y ellos te dan la calculadora y te preguntan cuánto es lo que vos queres pagar. Ahí arranca el tira y afloje y probablemente ellos te digan “you are crazy (estás loco)” o “sos muy tacaño”. Justifican su precio diciendo que es un producto de excelente calidad y algún otro verso, pero empiezan a bajar. Te piden que subas tú oferta preguntando “¿cuánto pagas finalísimo?” en referencia a tu oferta final. Nos agarraron de las manos para evitar que nos fuéramos. Algunos incluso te van a buscar si ven que te vas. Al hacer la venta ponen cara de enojados o tristes porque según ellos somos “muy malos”. Realmente todo un arte.

Los productos son de imitación, pero muy buenos. Los precios son baratos, tampoco regalados, pero depende de la habilidad que tenga cada uno al negociar y de la cantidad que se esté comprando. Tras cuatro horas y algo ahí adentro, puedo afirmar que gasté más dinero del que tenía pensado y compré cosas que seguro que no necesitaba, je. Increíblemente, Ro fue la más controlada.

Tras esta experiencia diferente pero divertida, nos llevaron a un restaurant a probar un plato típico de China…el pato laqueado. Se llama así porque antes de ponerlo al horno lo pintan con una salsa que lo deja brillante y parece que estuviera pintado con laca. Además de eso, nos sirvieron una cantidad de platos típicos del lugar. UN ASCO TODO, menos el pato laqueado que estaba bueno. La comida es babosa y de feo gusto. Probé como para darle una oportunidad, pero no lo repetiría. Al menos usé los palitos chinos; no con la rapidez que lo hacen ellos, pero yo lo consideré igualmente un éxito.

De ahí al hotel, armar la valija y dormir unas escasas cuatro horas (con suerte) para partir al día siguiente rumbo a nuestro siguiente destino en China, Xi-An.

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