Llegamos a tierras vietnamitas
cerca del mediodía. Una vez más cambiamos de guías, quienes nos recibieron en
las puertas del aeropuerto y organizaron nuestra salida hasta el hotel. Una vez
ahí nos entregaron la llave de una habitación más modesta y sin vista, pero
igualmente muy cómoda.
Teníamos el día libre porque se
sigue agregando gente al grupo que llegaba hoy en vuelos desde otros lugares,
así que decidimos tomarnos un día light. Además, Ro está con tos hace días y yo
me desperté con dolor de garganta producto de los diversos aires acondicionados
en cada lugar que visitamos.
Buscamos comida en los
alrededores del hotel, y terminamos en un restaurante chiquito pero muy prolijo
y prometedor. Con miedo de qué pedir, porque cuando no es picante tiene feo
gusto, o fea textura, o es agridulce o se come crudo, tomaron nuestra orden.
Nada muy jugado, pizza para Ro y pasta para mí. He comido más tallarines en
este mes y poco de viaje que en toda mi vida junta. Por suerte todo estaba muy
rico, y lo mejor, comida y bebida DE AMBOS por 150 pesos uruguayos más o menos.
Ya estamos oficialmente en zona
de riesgo de malaria, así que tenemos que embadurnarnos en repelente. ¡Es un
embole!, pero es un mal necesario. Una de cal y otra de arena; el guía nos
advirtió que tuviéramos cuidado en la calle porque hay muchos robos, peeero lo
bueno es que todo es muy barato. A modo de ejemplo, las latitas de refresco
salen 7 pesos uruguayos y el agua embotellada 3,5.
El resto de la tarde la pasamos
en el hotel, cuidando nuestra salud. Para rematar la jornada conseguimos pan,
queso, lomito y mayonesa (cosas básicas que por estos lares parece que no son tan
básicas porque no se consiguen siempre) y tuvimos una cena más típica uruguaya.
Al menos para nuestras costumbres.
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