jueves, 3 de mayo de 2012

Días 21 y 22 – Manila y Puerto Princesa


Los últimos días no son que digamos altos en contenido. Llegamos a Manila, capital de Filipinas tras un vuelo bastante extraño. Creo que no importa la cantidad de vuelos que hayamos tomado, no logro acostumbrarme y todavía siento que nos vamos a hacer papilla cada vez que despegamos. Sobre todo con los vuelos en aviones más chicos donde cada movimiento se siente el doble. Debe ser la influencia del cine.

De todas maneras, lo de este vuelo en particular no fue solo impresión mía. Todos coincidimos y decidimos que seguramente se trataba de un piloto nuevo que hizo su debut por los aires con nosotros. ¡Que suertudos! El despegue fue lento, no con la misma velocidad que los otros vuelos. Realmente pensé “no le va a dar la fuerza, ¡nos vamos a matar!” Durante el vuelo hubo un par de movimientos no muy simpáticos, y para rematar, en un momento pareció que había agarrado un poso de aire porque empezamos a bajar (es imposible equivocarse en eso porque te da una sensación rara en la panza) y una vez más tuve el mismo pensamiento que en el despegue pero con una pequeña variante: “ahora sí, esta vez nos vamos a matar”. Por suerte llegamos a destino con un aterrizaje igualmente sospechoso.

Una vez en el diminuto aeropuerto de Clark, cuyo free shop es del tamaño de un kiosco, caímos en la realidad que estábamos otra vez en el mundo de los regateos y las negociaciones, cosa que odio. Pagamos el bus que nos llevaría hasta la terminal de Pasay, cerca del hostal reservado. Nos salió unos 400 pesos filipinos y tardó cerca de dos horas y media. El tráfico acá es súper espeso y leeeento.

Desde Pasay, nuevamente a negociar los taxis. En esta ocasión mi poder de negociación fue nulo. El hostal era sencillo pero estaba bien. La ciudad de Manila no es para nada atractiva, desorganizada, lejos de otras que hemos visto, pero por sobre todas las cosas, muy insegura a la vista. Varios comercios tienen guardia de seguridad permanente en las puertas y trabajan a puerta cerrada. No nos animamos a mucha cosa, así que comimos en una pizzería que estaba en la esquina del hostal y luego volvimos. Aprovechamos el día libre y lo usamos para descansar. Dormimos algo así como 15 horas, je.

Al día siguiente partimos desde el principal aeropuerto de la ciudad, ahora sí de un tamaño acorde. Hasta tiene una capilla adentro, cosa que me llamó mucho la atención. Hay controles de seguridad a la entrada, pero son pura pinta. A la gente que le sonaba el detector de metales, les hacían una especia de caricia en la panza que hacía las veces de cacheo y obviamente nunca encontraban nada y los dejaban pasar.

El vuelo estuvo mejor, salvo por el hecho de que se equivocaron de avión al despachar mi valija por lo que cuando llegamos a Puerto Princesa ya estaba allá esperándome.

En esta oportunidad sí tuvimos un fuerte regateo con dos empresas candidatas a llevarnos hasta El Nido. Ganó uno que se lo merecía porque la remó bastante para garantizar la venta, diciéndome “señorito” esto, “señorito” lo otro. Finalmente consiguió el mejor precio y aceptamos. El conductor era UN ANIMAL. Nos llevaba a mil por una carretera ESPANTOSA de puras curvas, arreglos en proceso, tramos de pedregullo, entre otros. Para peor, el viaje duraba unas seis horitas, pero se sintió como todo un día.

Pero todo esto parece valer la pena, porque llegamos a la ciudad de El Nido, donde nos encontramos con muchísimos compañeros del viaje. Pedimos consejos para aprovechar al máximo los escasos tres días en esta ciudad, que aparentemente se merece varios más.




1 comentario:

  1. Señoritoo Fer!! con todos tus comentarios de los aviones ahora si que no convenzo a Brendis de que se suba en uno!! Todo mi trabajo se acaba de ir a la basura! jeje Besotes

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