El despertador sonó a las cuatro y
media de la mañana y me levanté en seguida, porque sabía que si me quedaba en
la cama me iba a volver a dormir. Subimos a desayunar al noveno piso del hotel
con tiempo para comer tranquilos. A las seis y cuarto el bus partió desde el
hotel. Para este día teníamos programado llegar hasta la ciudad de Cappadocia,
pasando primero por la capital del país, Ankara. En total, unos SETECIENTOS
CINCUENTA KILÓMETROS, cuatrocientos cincuenta hasta Ankara y trescientos más
hasta Cappadocia. ¡MORTAL!
Las primeras dos horas
prácticamente no las sentí porque estaba tan cansado que me dormí en cuanto el
ómnibus arrancó. Hicimos una parada técnica para ir al baño y luego seguimos
nuestro camino. El ómnibus volvió a arrancar y yo me volví a dormir casi
instantáneamente de las formas que podía en la incómoda butaca. No hace falta
aclarar que quedé acalambrado.
En algún momento durante el
trayecto, el bus empezó a fallar. No tengo ni idea qué era lo que pasaba porque
el chofer hablaba con alguien que lo auxiliaba por teléfono en turco y el guía
tampoco supo del todo dónde estaba el problema; algo con el motor. Estuvimos
detenidos un rato hasta que de alguna manera lo arreglaron y reanudamos nuestro
camino.
Al llegar a Ankara no hicimos un
paseo por la ciudad y capital del país, sino que simplemente visitamos el
Mausoleo de Ataturk, padre de la patria y héroe nacional. Fue el primer
presidente de la Turquía democrática una vez que consiguieron la independencia
en 1923 y contribuyó muchísimo a sacar el país adelante. Ankara es la segunda
ciudad más importante aunque es mucho menos poblada que Estambul con cuatro
millones y medio de habitantes.
Luego de esa corta visita viajamos
casi una hora más hasta el restaurante donde almorzaríamos. Sirvió también para
estirar las piernas pero no por mucho porque al ratito ya estábamos de nuevo en
la ruta. Pasamos por la segunda laguna más grande del país que tiene la
particularidad de que es sumamente salada, tanto que durante el verano la mayor
parte del agua se evapora y se puede ver una capa de sal de hasta treinta
centímetros de espesor que le da un aspecto blanco. No pudimos bajar para verla
de cerca, pero era algo muy llamativo porque tiene aproximadamente 160.000
kilómetros cuadrados en los cuales el suelo era blanco. Otros turistas sí
bajaron hasta ella y caminaban por encima del residuo salino, una locura. De
esta laguna se abastecen muchísimas industrias de la zona que producen cerca
del 75% de la sal consumida en todo el país.
Intenté volver a dormirme para así
acortar el camino y lo logré. Igualmente pasaron cerca de dos horas y todavía
estábamos lejos del destino. El último tramo lo aproveché admirando los
espectaculares paisajes de la campiña turca con sus montañas, campos verdes y
pueblos muy sencillos en donde la agricultura es la base de la vida.
El ómnibus cada tanto seguía
fallando cada tanto pero siempre retomábamos el camino. Finalmente llegamos a
Cappadocia, en donde visitamos la antigua ciudad subterránea antes de ir al
hotel. Resulta que en este lugar hay un volcán muy grande que ya no está
activo, pero que hace muchos años dejó formaciones rocosas en la zona con la
lava que secaba y la erosión con el paso del tiempo. Se formó así una montaña
de una piedra llamada “tuba” que es muy blanda y se podía trabajar fácilmente.
Esto fue descubierto y aprovechado por los lugareños y en épocas de guerra
varias civilizaciones comenzaron a construir una ciudad escondida en la montaña
para evitar ser asesinados. Poco a poco la iban ampliando hasta que llegó a tener
ocho pisos subterráneos en donde vivieron hasta ocho mil personas. Ingresamos
en la ciudad subterránea y descendimos hasta el cuarto nivel. Es inimaginable
la vida ahí adentro pero después de lo visto en los túneles de Cu Chi en
Vietnam, no me extraña tanto.
Al concluir el recorrido partimos
por fin al hotel al cual llegamos más de trece horas después de haber salido
desde Estambul. Lógicamente estábamos agotados y acalambrados por tantas horas
de viaje. Cenamos en seguida y luego nos fuimos a dormir porque al día
siguiente volveríamos a irnos muy temprano.
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