sábado, 28 de julio de 2012

Día 104 – Castillo de algodón, Pamukkale

Nuestro EXTREMADAMENTE movido itinerario indicaba que para el día de hoy visitaríamos la ciudad de Pamukkale, pero especialmente las piscinas termales naturales.

Para variar nos despertamos muy temprano para aprovechar el día al máximo, ya que teníamos aproximadamente siete horas de viaje en ómnibus desde Konya donde nos estábamos alojando. Obviamente me dormí en cuanto comenzamos el viaje y recién me desperté dos horas después cuando hicimos la parada técnica en los baños.

El viaje es soportable al hacerlo durmiendo aunque cada vez estamos más acalambrados de los asientos del bus. Así continuamos nuestro camino en tandas; la segunda parada fue para almorzar en un restaurante en la carretera. Luego volvimos a la ruta un par de horas más antes de llegar a nuestro destino.

Pamukkale significa literalmente “Castillo de algodón”, nombre que le dieron sus descubridores justamente por el aspecto que tienen las formaciones rocosas. En la ciudad hay aguas termales con alto contenido en ciertos minerales que con el paso del tiempo dejaron los residuos que les dieron a las rocas el color blanco que tienen hoy en día. Además, el agua que corre por la colina en forma permanente provocó la erosión que simula la suave forma del algodón y la formación de las piscinas naturales.



En pocas palabras, Pamukkale es algo IMPRESIONANTE. De lejos parece una colina cubierta de nieve y recién al pisarla y sentir el contacto con la piedra dura y áspera uno cae en la realidad del tipo del suelo sobre el que se está. Cuesta creer que las piscinas sean naturales pero bueno, supongo que la naturaleza quiso darse un gustito por esta zona del mundo.

El castillo de algodón está ubicado en la antigua ciudad de Hierápolis. Aún se puede apreciar algunas ruinas que permanecen bastante conservadas como un teatro y columnas de algunos edificios. Las piscinas son abiertas al público y uno puede bañarse en ellas libremente aunque son muy llanitas. Para conservar el color fantástico de la piedra sólo se puede pisar descalzo. También hay una piscina muy grande con la misma agua y ambientada para el turismo en la cual se puede bañar pero hay que pagar y no es barata.

Caminamos por las aguas termales de las piscinas que son bastante turbias, lo que las hace más extrañas todavía. La vista desde la cima es espectacular al igual que todo; lo único en contra eran el calor impresionante y el resplandor. Pasamos ahí dos horas y media para luego irnos al hotel.




Nos alojamos nuevamente en un cinco estrellas (aunque no era la gran cosa) y como llegamos temprano fuimos directo a la piscina. Nos acompañó el guía que además pidió que pusieran música movida que acompañara; era una fiesta. Se nos fueron las horas conversando con los compañeros y luego a la noche disfrutamos de una rica cena, con una temperatura envidiable, al aire libre y bajo el cielo estrellado, al costado de la piscina y con música en vivo. Y por si todo esto no alcanza, en la cena había ¡pollo a la plancha con puré de papas y mayonesa! Comí hasta morir, pero…como dice el dicho, “panza llena, corazón contento”. Así culminamos otro día con una largo viaje pero habiendo conocido otra pequeña maravillosa parte del mundo.

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