Aunque la noche
anterior hubiéramos tenido fiesta y las horas de sueño fueron escasas, debíamos
levantarnos a las 6:30 de la mañana para una nueva visita. Obviamente, muchos
se quedaron durmiendo; entre ellos, Ro.
Partimos temprano en
grupos de cuatro personas hacia el Templo de Edfu. El medio de transporte esta
vez eran unos carros tirados por caballos a los que los conductores de los
mismos llaman el Ferrari egipcio; están MUY lejos de serlo. El chofer del
nuestro era un chanta total y fue todo el camino intentando ganarse una propina
extra que nos dijeron que ya estaba paga. Nos sacó una foto a todos en el carro
con una de nuestras cámaras, le dio las riendas a una compañera que estaba
sentada adelante con él y hasta paró en un momento para arrancar una flor y
regalársela. Suena muy adorable y romántico pero hay que aclarar que pobre
hombre estaba muy sucio (al igual que todo el carro) y olía a ala por lo que no
era algo disfrutable. Para peor, una de las ruedas del carro parecía estar a
punto de salirse poniendo en riesgo nuestras vidas y el caballo daba la
impresión de estar muy mal alimentado por lo que no podía con nosotros en las
subidas por más que el chofer le diera sin piedad con el látigo. Llegamos
últimos a destino.
El Templo no fue la
gran cosa o tal vez lo era pero como habíamos dormido poco y mal no supimos
apreciarlo como merecía. Al menos aprendí que todos los templos egipcios eran
construidos manteniendo una estructura, primero una sala abierta, luego una o
más de columnas, otra de ofrendas y finalmente el altar en donde iba el o los
dioses adorados. Además que se construía de adentro hacia afuera, o sea, desde
el altar hacia la sala abierta.
Al terminar la visita
debíamos volver al barco nos el mismo carro. El nuestro no estaba por lo que
tuvimos que buscarlo. Un pibe local nos ayudó pero no porque fuera macanudo,
sino que era buscando dinero. Al encontrarlo nos hacía el gesto frotando el
pulgar con el índice mientras decía “¿tip?”. Con una notoria expresión facial
le comuniqué que no estaba dispuesta a darle ni un mando, así que se fue.
Para la vuelta me
hicieron ir adelante a mí para escapar del veterano conductor. Una vez más se
puso a cancherear, me dio las riendas un rato, me abrazaba (cosa que no estaba
NADA buena) y llegando empezó a pedirme propina. Tres veces tuve que decirle
que después le iban a dar la propina hasta que llegamos al barco y bajamos
todos volando y dejamos el pozo como para que entendiera. A todo esto recién
era media mañana y había como cuarenta grados. Teníamos el resto del día libre
en el barco mientras navegábamos hasta llegar a Luxor.
Luego del almuerzo
llegamos a un lugar llamado Esna en donde se hace el cruce esclusa. Esto con
nombre tan técnico es simplemente un regulador del nivel de agua. El barco
ingresa por un lado, se cierra atrás de él una compuerta, baja el nivel del
agua hasta equipararse con el del otro lado del río y luego poder seguir el
viaje. Lo destacable de esto es que mientras se hace el cruce que lleva un
ratito se acercan unos vendedores en barcazas o por los muros que ofrecen
manteles o remeras, las hacen un bollito y las tiran hacia arriba de la
cubierta para que los interesados las vean. Si alguien quiere comprar, pone la
plata adentro de la bolsa y se las tira de vuelta. Interesante.
Llegamos a Luxor por la
tardecita y fuimos hasta el Templo de Karnak en donde vimos un espectáculo con
luces y sonido que cuenta la historia del lugar. Una vez finalizado volvimos al
barco para cenar, conversar y eventualmente acostarnos.
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