Nos despertamos tempranito para
intentar sacarle el jugo a nuestra última jornada en la ciudad. Era la última
oportunidad de conocer Praga, por lo que no había lluvia, viento huracanado o
tornado que valiera. Íbamos a ir fuera como fuera.
No llovía, lo que era un buen
síntoma; esperábamos que se mantuviera. Nos preparamos el desayuno y salimos
caminando hacia el único lugar posible que nos quedaba para explorar donde
podía estar la parada del tranvía. No quería preguntarle al hombre de la
recepción otra vez porque no habla muy bien inglés y eso solo hace las cosas
más incómodas y difíciles.
¡Encontramos el lugar correcto!
Pudimos conseguir boletos porque eso fue otra hazaña. Hay tres alternativas
para comprar el boleto: una es directamente en las máquinas para ellos que
según vimos después, debe haber unas cuatro en toda la ciudad, otra es comprarlos
en un kiosco de venta de cigarros y la última es mandando un sms a un número de
teléfono, pero sólo sirve para la gente de aquí. En conclusión, un desastre
comparado con otros países donde hemos estado. Justo había una máquina en esta
parada, así que ligamos.
No estábamos seguros sobre hacia
qué lado teníamos que tomar el tranvía, así que le pregunté a una señora. “Speak
english?” (¿Habla inglés?) a lo que obviamente me contestó que no. Aburrido de
esa negativa y necesitado de una respuesta, fui tan simple como la barrera de
idiomas me lo permitía. Le dije “Centrum” señalado la dirección que creía
correcta y ella me entendió y respondió exactamente igual. Con ese lenguaje
primitivo y rústico pero efectivo, supimos nuestro norte. Vale destacar que
sabía que “Centrum” era centro, al igual que lo es en casi todos los países
europeos, je.
Llegamos a la ciudad y con el mapa
en la mano, nos bajamos en donde parecía más adecuado. Decidimos utilizar
nuevamente los tours gratuitos de sandemans para conocer un poco de historia
detrás de cada lugar y no solo ver los edificios. Caminamos hasta el lugar de
encuentro que ya conocíamos en donde nos sumamos al grupo.
El guía era un checo que había vivido
un año en España y hablaba castellano como si fuera español. Supongo que había
estudiando algo más en su país, porque de otro modo, ¡que facilidad para
aprender un idioma! Comenzamos en la plaza principal, la más antigua de la
ciudad y el lugar donde se juntan los checos de Praga cada vez que hay que
celebrar algo.
Según nos contaba, los checos son
gente muy tranquila y amable, con mucho humor irónico y que han sufrido
bastante para poder vivir como lo hacen hoy. La actual es su tercera República,
fueron invadidos por los nazis, los soviéticos, luego se independizaron en la
antigua Checoslovaquia que más tarde se dividiría en dos Repúblicas distintas,
República Checa y República de Eslovaquia. Fueron primero una República democrática,
luego socialista y finalmente volvieron a la democracia. Son inventores y por
ende grandes amantes de la cerveza. Tan es así, que el consumo DIARIO per
cápita se estima en un litro y medio de dicha bebida alcohólica.
En uno de los lados de la plaza,
se encuentra un famoso reloj astronómico construido hace muchos siglos con el
objetivo de ser el más hermoso del mundo. Tal era esta ambición, que cuando fue
terminado algunos jerarcas le quemaron los ojos con un atizador hirviendo a su
creador para que no fuera capaz de reproducirlo o superarlo en otra parte del
planeta. Este reloj hace un pequeño “show” en todas las horas en punto en el
cual se mueven unos muñecos, se abren dos ventanas en donde pasan los doce
apóstoles y cacarea un gallo. Hace unos años le adicionaron un hombre que desde
lo alto de la torre toca la trompeta. En este lugar se juntan MONTONES de
turistas a cada hora para presenciar dicho espectáculo y también lo hicimos nosotros
para no ser menos, je.
Caminamos por la pequeña Praga,
una ciudad encantadora con calles de adoquines y hermosos edificios antiguos.
Combina diversos estilos arquitectónicos pero no hay muchos que sean modernos.
Se puede ver durante todo el día gente sentada en pubs, bares o restaurantes
bebiendo un vaso GRANDE de cerveza y charlando. Según el guía, la cerveza de
verdad, como debe ser servida, es de medio litro.
Praga es una ciudad ideal para los
amantes de la música y el arte. Cada pocas esquinas nos encontramos con una
persona tocando algún instrumento e intentando superar el acto de su vecino.
Digo esto porque vimos una persona tocando el saxofón, un músico australiano
que tocaba tres o cuatro instrumentos (dos o más trompetas diferentes, órgano y
tambor) sobre una base musical, un veterano que sentado en una silla extraña
tocaba cuatro instrumentos al mismo tiempo, algo realmente increíble, y un
guitarrista de una guitarra eléctrica extraña que sólo tenía el brazo.
Además, se puede ver mucha gente haciendo
caricaturas a los turistas. Otros pintando cuadros o láminas de paisajes
locales para vender. Hay ópera y obras teatrales todos los días por la noche.
Justo en esta oportunidad iban a hacer una interpretación de “Las cuatro
estaciones” de Vivaldi como plato fuerte de un amplio repertorio más amplio y
al día siguiente en otro teatro se podía ir a ver la conocida obra de ballet de
“El lago de los cisnes”.
Recorrimos la zona vieja de la
ciudad, la zona nueva y el antiguo barrio judío. A destacar como historia, en
una de las iglesias cuenta la leyenda que entró una vez un campesino pobre a
rezar y pedir ayuda a Dios. Cuando terminó vio que estaba solo en el lugar y
que había una gran estatua de la Virgen María con un colgante de plata. Decidió
robarlo y luego venderlo para así poder alimentar a su familia. Cuando se
acercó a sacárselo, la Virgen “abrió los ojos” y agarró su brazo para detenerlo
y volvió a petrificarse. El campesino quedó atrapado. Al día siguiente, unos
monjes que fueron a la iglesia encontraron al hombre atrapado en la estatua. No
podían sacarlo y sin saber qué hacer, uno tuvo la brillante idea de llamar a…un
carnicero. Éste estudió la situación llegando a la conclusión de que solo había
dos opciones, cortar la mano de la Virgen o el brazo del campesino. El
campesino fue amputado entonces y para dar una lección a todos los ladrones
colgaron su brazo cortado de una cuerda cerca de la entrada. Hoy en día todavía
permanece ahí colgado aunque ya no es un brazo sino que un hueso y poco más en
muy mal estado. ¡Lo vimos!
Al finalizar el tour, aprovechamos
para recorrer un poco más. Volvimos hasta la zona del centro para buscar un
lugar donde almorzar. Encontramos un restaurante en donde promocionaban vender
carne URUGUAYA, que honor y que nostalgia combinadas. Igual no entramos porque
estaba bastante por encima de nuestro presupuesto. Terminamos en otro local en
donde comimos pizza italiana y probé una cerveza checa sin alcohol, rica y
suave.
Para terminar nuestra visita,
cruzamos el puente más famoso de la capital, el puente de Carlos, hasta el
castillo de Praga. Es enorme y está ubicado en lo alto de una gran colina por
lo que para llegar hasta arriba hay que subir siete millones de escalones.
Igualmente vale la pena porque la vista es muy bonita.
Con esto dimos por terminada la
visita, ya por la tardecita. Emprendimos la retirada para subir al tranvía de
regreso, pero cuando por fin encontramos una maquina de boletos, la misma se
tragó nuestra moneda y dejó de funcionar. Caminamos tanto buscando otra, que
terminamos llegando al apartamentito a pie. Al menos mantuvimos nuestra
tradición de caminar al menos cinco kilómetros por ciudad.
Por la noche aprontamos las cosas
para partir al día siguiente a un nuevo destino. Abandonamos (no sin pena) la
comodidad del apartamentito para conocer la ciudad de Viena en un nuevo
destino, Austria.
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