Otra de las razones por la que
elegimos Lucerna es la posibilidad que ofrece de subir a una montaña, un pico
bastante elevado de los Alpes y disfrutar desde allí de un panorama sin igual.
Ese mismo paseo era el que queríamos hacer en este último día en Suiza el cual
había amanecido nublado pero que tenía un pronóstico de mucho sol.
Caminamos hasta la estación
central en donde está la oficina de turismo. Nos dijeron que la visibilidad
sería bastante buena y tomamos la oportunidad. Compramos ahí mismo los pasajes
para lo que se conoce como la "vuelta dorada". Esto es partiendo
desde la estación central, preferentemente en barco pero nosotros lo hicimos en
tren, hasta otra pequeña estación llamada Alpnachstad.
El Monte Pilatus tiene una altura
nada despreciable de 2132 metros y los suizos, imagen de la eficiencia y la
eficacia, idearon una fantástica y única forma de ascenderlos en tan sólo
cuarenta minutos, haciendo además con ello, una atracción turística. Crearon el
tren más empinado del mundo, cuya inclinación exacta desconozco pero puedo
decir que es grande. Subimos entonces a este increíble medio de transporte que
transitó por una de las laderas de la enorme montaña como si fuera una ruta
cualquiera. La vista durante el camino era solo una muestra de lo que nos
esperaba en la cima. Se veía que no nos íbamos a arrepentir de esto.
Tras atravesar varios túneles por
dentro de las montañas y cruzarnos con intrépidos atletas que se animaron a
hacer el ascenso caminando, cosa para la cual hay que tener mucho
entrenamiento, llegamos a la cúspide del Pilatus. A nuestra derecha, un colchón
de nubes cubriendo una bajada vertiginosa. A la izquierda, una cadena espectacular
de picos nevados y otros que en esta época no lo están, junto con ruta que
recién habíamos hecho con el tren. En ese espectacular lugar, hay tres o cuatro
caminos para subir a diferentes picos y cambiar un poco el ángulo de vista y un
restaurante muy lujoso con una de las mejores vistas posibles.
Estupefactos, deslumbrados y
todavía más maravillados, caminábamos de un lugar a otro sacando fotos al
escenario cautivante. No sé si es mejor que todo lo visto hasta ahora, pero sin
lugar a dudas está en el podio. Desde el punto más alto posible me pare para
mirar hacia mis alrededores y tener la indescriptible sensación de tener el
mundo a mis pies. Emocionante!
Escuchamos a unos hombres tocar un
instrumento típico suizo que consiste en una suerte de cuerno larguísimo que se
apoya en el suelo. Con eso nos despedimos de un lugar que nunca voy a olvidar y
de unas imágenes que quedarán impresas en mi retina para siempre. Continuamos
la "vuelta dorada" bajando por otra de las caras de la montaña en
monoriel durante unos cuarenta minutos más. Así llegamos hasta un pueblito
llamado Kriens desde donde tomamos un ómnibus de vuelta hasta la estación
central.
Tras todo esto, eran un poco más
de las dos de la tarde. Compramos el almuerzo en una
rotisería/chocolatería/heladería frente al puerto en donde también nos deleitamos
con un helado RICASO y CARÍSIMO. Nos sentamos en el borde del lago junto a
nuestros amigos los cisnes y hasta les tiramos pedacitos de cucurucho para que
se nos arrimaran.
Paseamos un poco más por la ciudad
con lo que nos quedaba de día hasta regresar al camping, utilizar un poco de
internet y dejar todo pronto para intentar ver por la noche a la celeste en un
nuevo y complicado partido de eliminatorias. Al día siguiente partiríamos
temprano hacia otro destino y el antepenúltimo de nuestro viaje inolvidable,
Italia.
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