Como las habitaciones no tienen
teléfono no pueden llamarnos para despertarnos. La alternativa es que uno de
los empleados del hotel camina de punta a punta golpeando cada puerta de cada
cabaña. Dejamos el desayuno buffet pero nos sirvieron un huevo frito, jamón, un
par de papas fritas y algunas tostadas con manteca o dulce; como
acompañamiento, té o café y después fruta. Más que suficiente para mí.
Igualmente nunca como arroz, verduras o la mayoría de las cosas que nos ofrecen
en los hoteles para arrancar el día.
Para la mañana teníamos arreglado
un paseo por la cueva de Lava Kaeng, que es una cueva enorme que está a unos
cinco kilómetros del hotel y se accede viajando por el río. De todos modos,
nosotros estábamos más interesados en la parte previa, ya que para ir hasta ahí
se podía utilizar la lancha o…ir nadando por el río. ¡A flotar se ha dicho!
Violando las normas de la digestión
previo a un baño porque logísticamente era imposible, nos pusimos los chalecos
salvavidas y saltamos desde el muelle al agua. No es transparente y seductora
como la de las playas de Filipinas, pero está calentita y era divertido.
El viaje fue placentero,
conversando y riéndonos con nuestros amigos mientras jugábamos a ser corchos en
el agua. Todo esto hasta que algo mordió a un amigo en un dedo del pié; ahí
salimos nadando rapidísimo del lugar y luego no dejamos de movernos en todo el
camino hasta llegar a la cueva. No fue nada grave y hasta era gracioso, pero de
todas maneras no nos íbamos a arriesgar a que se repitiera. Llegamos bastante
cansados tras más de media hora de nado.
La cueva es enorme y hay todo un
camino para acceder hasta bien adentro. Está muy oscuro y hay unos cuantos
murciélagos dando vueltas por ahí. Me hizo acordar a la que vimos en la bahía
de Halong hace un tiempo. Caminamos hasta el final apreciando las extrañas
formaciones en las paredes y el techo. Finalmente volvimos al hotel pero esta
vez en las lanchas porque es imposible nadar contra la corriente. Sólo el mejor
de los nadadores sería capaz de avanzar con tanta fuerza en contra.
Almorzamos en el hotel y luego
tuvimos tarde libre. Aprovechamos a descansar, dormir la siesta y disfrutar del
lugar. A media tarde organizaron un torneo de fútbol para quienes estuvieran
interesados en una cancha que hay a unos doscientos metros del hotel.
Participaron tres equipos formados por integrantes del grupo y uno de
tailandeses. Los pobres terminaron últimos y vapuleados en el partido final.
Sintieron el vigor de la garra charrúa, je.
Nosotros nos limitamos a oficiar de
espectadores y aprovechamos parte del rato para visitar a los elefantes que se
encuentran en la zona. Estuvimos muy cerquita de tres de ellos y hasta pude
acariciar la trompa de uno. Daba lástima porque si bien acá los tienen como
mascotas y los utilizan mucho como medio de transporte, tenían ojos de
infelices y probablemente no estuvieran nada bien cuidados. Algunos compañeros
los alimentaron con bananas que ellos felizmente agarraban con la trompa y se
las comían como si fueran maníes para nosotros. Hermosos animales que nunca
había visto TAN de cerca pero que volveré a encontrarme en nuestro camino por
Nepal.
Por la tarde/noche volvimos al
restaurante del hotel y tras la cena nos juntamos en un grupo de varios a
escuchar música, conversar y jugar a las cartas. Otros armaron campeonato de
truco y algunos hasta lo hicieron apostando plata. A la medianoche, cuando aquí
parece que fueran las tres o cuatro de la mañana, volvimos a nuestro humilde
aposento para despedir el día y descansar.
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